El pasado viernes, 26 de julio, terminó la edición de este año del mítico Camino a Javier que hasta la pandemia había organizado desde hacía más de 15 años MAG+S. Los últimos años, por diversas razones (restricciones por la pandemia, la preparación de las Jornadas Mundiales de la Juventud, etc.) no se había podido llevar a cabo. Este curso, sin embargo, entre jóvenes y acompañantes, nos hemos juntado 31 peregrinos para realizar los más de 130 kilómetros que separan, a pie, Roncesvalles de Javier.
El Camino a Javier está organizado en dos partes. La primera consiste en la peregrinación a pie durante seis días para llegar a Javier. En esta ocasión, el día 15 de julio llegamos todos los participantes en la experiencia al colegio San Ignacio de Pamplona para pasar la noche. Aunque solamente es una noche, por ser la primera, es un momento clave. Nos ayudó mucho la buena acogida que tuvimos par parte de la comunidad y, en especial, de Carlos Moraza, que nos lo facilitó todo.
Tras la primera toma de contacto, empieza una consecución de seis etapas, con un día de receso en la mitad. Un día típico de camino está organizado siguiendo un patrón común. Después de despertarse, lo primero que se hace es recoger las tiendas y desayunar. A continuación, se presenta el día y se empieza el camino, dedicando la primera media hora a la oración en silencio. La mañana transcurre hasta que se llega al lugar de acampada. Allí se come, se descansa y se va al río para chapotear un poco y refrescarse. A media tarde, siguiendo la colección de cartas de Javier del cuaderno de la experiencia, se tiene un rato de reflexión personal para, finalmente, juntarse y hacer el círculo MAG+S donde poder compartir lo vivido durante la jornada. El día termina con la misa antes de una cena contundente bajo las estrellas del Pirineo navarro.
En la peregrinación pasamos por Roncesvalles, Arrazola, la Selva de Irati, Ochagavía, Vidángoz, el Alto de las Coronas, Leyre y Javier. El tiempo acompañó porque no hizo mucho calor ni llovió. Esto hizo muy llevaderas todas las etapas. Sin embargo, el último día de camino fue agotador. A lo largo de más de 35 kilómetros subimos y bajamos tres sierras hasta llegar al monasterio de Leyre. Por suerte, Javier se divisaba a lo lejos. Allí nos estaba esperando toda la comunidad que se volcó con nosotros. Especialmente Román Mújica, Jesús Munárriz y Roger Conesa, junto con todos los trabajadores de la casa y del castillo, que nos ayudaron en todo lo necesario.
Aquí es donde empezó la segunda parte de la experiencia, la que transcurre en Javier. Esta parte consiste en tres días dedicados, tras haber descansado, a recoger la experiencia y reconocer en qué momentos Dios se ha ido haciendo presente durante el camino. Seguramente, el momento central del día de retiro es la pregunta por esa llamada personal y concreta que, de un modo u otro, Dios nos hace llegar a todos y cada uno de nosotros. Sin duda, aquí resonaron con fuerza las palabras que Ignacio repetía tanto a Javier: “¿De qué le sirve a alguien ganar el mundo si pierde su alma?”
El día 26 nos despedimos del Cristo de la sonrisa y el grupo de peregrinos que tan unidos habíamos estado durante los días de peregrinación se disolvió. Sin embargo, no nos cabe ninguna duda de que, además de mantenernos en contacto, lo que hemos vivido durante estos días nos ha transformado por dentro y queremos que eso se note por fuera de ahora en adelante.