¿Por qué ir a Taizé?

30 Nov, 2022

Taizé MAG+S 2019

Si me lo hubieras preguntado justo hace cuatro meses, no habría sabido responderte. Sinceramente era un ignorante más. Y digo ignorante no solo por el desconocimiento, sino también por negar rotundamente la posibilidad de ir a Taizé.

En el momento que me lo plantearon tenía otros planes y otras expectativas para el periodo estival, pero también pensé que quizás Taizé no era para mí; me monté una falsa idea de lo que podría ser Taizé.

Pensé que quizás el silencio no estaba hecho para mí, que a lo mejor se me haría un poco pesado, ya que habitualmente los momentos prolongados de silencio y oración no son mi fuerte. Sinceramente tenía poca esperanza, pero salí bastante animado de la pascua y sentía que a pesar de no verme lo suficiente preparado, necesitaba demostrarme algo a mí mismo y salir a explorar otras experiencias que pudieran seguir forjando mi fe.  Porque si de algo me he dado cuenta a lo largo de este año, es que ya podemos conocer todas la vocales y consonantes del abecedario que, si no sabemos juntarlas y ordenarlas, nada será legible, nada tendrá sentido, tan solo será un galimatías.

Pues lo mismo creo que sucede con la fe. Es un proceso de maduración y aprendizaje en el que necesitamos desafiarnos y probar nuevas herramientas que sumen en este camino. Y hablando de sumar, si algo me gusta de las experiencias MAG+S es la gente que te acompaña en ese camino y que, aunque previamente nunca se hayan visto antes entre sí, siempre siembran algo en ti a lo largo de cada experiencia.

En el caso de esta, tuvo una particularidad, y es que comenzamos en Barcelona acogidos por Casal Loyola, y gracias a ellos pudimos recorrer un camino preparatorio hacia Taizé, siguiendo algunas de las huellas que San Ignacio fue dejando a lo largo del territorio Catalán, como es el caso de la etapa del Camino ignaciano de Monserrat a Manresa. Un trayecto en el que el calor fue haciendo mella en todos nosotros pero con un final mágico: la cueva donde San Ignacio vivió una gran experiencia de Dios que plasmó en los ejercicios espirituales y en la que tuvimos la suerte de poder celebrar la eucaristía.

De estos días previos en Barcelona destacaría la capacidad contemplativa para ver lo extraordinario en lo cotidiano, para saber buscar a un Dios que parece que no, pero siempre está ahí: en la naturaleza, en los desvalidos, en los amigos e incluso dentro de nosotros.

Ya llegados al cuarto día tocó poner rumbo a Taizé. Allí, la primera impresión fue unánime para todos, quizás por todo lo que habíamos escuchado y lo que nos imaginábamos que podría haber sido; y es que otra cosa que voy aprendiendo es que lo mejor es dejarse sorprender, ir sin expectativas para poder abrazar lo que venga y disfrutar de ello, aunque he de reconocer que en ocasiones resulta bastante complejo, tal y como nos sucedió a la llegada.

Pero en nada ya estás allí, te metes en el ritmo, te acostumbras a cenar a las 19:00, y posteriormente a la oración de la noche.

Tres oraciones al día, grupos de reflexión y el trabajo que te toque, hacen que te olvides de eso que pensabas que podía haber sido, porque en Taizé, no hay tiempo para aburrirse.  El ritmo puede llegar a ser frenético. Tan frenético que a veces pensaba que necesitaba tiempo para asimilar todo lo vivido.

Taizé es levantarte no solo con tus compañeros o tus amigos de siempre; es compartir habitación con un belga o un holandés; es acudir a una oración antes del desayuno a una humilde Iglesia abarrotada, hasta el punto de no tener sillas porque no se cabe.

Taizé es abrirse y conocer, compartir otros horizontes de la fe, porque eso es lo que hace de Taizé algo mágico.  El hecho de ser ecuménico implica que Taizé es un lugar de acogida para todo tipo de gentes: desde católicos a protestantes pasando por ortodoxos e incluyo personas que tan solo van allí como lugar de peregrinación, pero una peregrinación interior, para buscarse a ellos mismos.

Todos comparten una visión de la vida diferente que en muchos aspectos puede suponer un choque de trenes, pero si se sabe encarrilar puede ser muy enriquecedor.

Pero para mí la verdadera riqueza ha sido aprender a aprender que la fe al igual que la vida requiere un proceso de crecimiento y maduración, y que para que la fe crezca hay que regarla y cuidarla. Esta experiencia me ha servido para ahondar hacia un concepto de oración más amplio, para ver los momentos de silencio como una oportunidad más que una dificultad. Creo que esto quizás se lo debo a todos los que me han acompañado en esta experiencia: a esas 14 personas que hace dos meses eran simples desconocidos. Quiero pedirles perdón por haberme permitido el lujo de robarle a cada uno algunas de sus semillas para sembrarlas en lo más profundo de mi huerto. Espero poder haberos dado algo de mí, porque quizás para mí el aprendizaje más importante a lo largo de esta experiencia es que compartir un mismo sueño mano a mano y día a día, o, lo que es lo mismo, saber vivir en comunidad, nos fortifica y nos hacer crecer hacia un mismo objetivo, porque juntos somos MAG+S.

Antonio Felipe Priego (Grupos Vida Sevilla)

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